Cosas que pasan…

Yo quería hablar de esas pequeñas cosas que, irremediablemente, pasan en la vida. Pasan porque de pronto ocurren, pero también pasan porque el tiempo las hace pasar.
Son cosas que suceden, que no puedes evitar, que llegan de sopetón y que pueden ser buenas o malas, pero no tienes poder para decidir sobre ellas.

Concretamente, en mi caso, quería hablaros de dos; de una de esas cosas malas que pasan, y otra de esas cosas buenas que pasan y que, sin saber cómo, llegan a formar una parte de la otra.

¿Por cuál empezamos? Por la mala, por supuesto, y dejaré la buena para el final.

A mis 17 años, tras una parálisis facial y sin que nadie me pidiera permiso, fui diagnosticada de Esclerosis Múltiple. Por un momento todo el chiringuito que había ido montando a lo largo de mi vida se desmoronó y de pronto, mi presente, dejó de tener sentido. No veía más allá de la enfermedad y mi futuro se dibujaba únicamente sobre una silla de ruedas. Tuve que crecer de pronto, hacerme fuerte antes de hora y plantearme cuestiones a una edad en la que tocaba ser una niña invulnerable. Darse cuenta de que los problemas podían tocar de cerca fue un golpe duro y volver a estructurar mis ideales con un cierto sentido, toda una odisea.

Pero así como las cosas pasan porque sí, el tiempo también pasa irremediablemente y aprendes. De todo aprendes.

Esto va de cómo algo malo puede convertirse en una buena oportunidad para vivir la vida intensamente.
Quién iba a decirme que una noticia como esta iba a darle un giro a mi vida de 180º.

Quién iba a decirme que después de todo esto, un día, sin más, me ofrecerían aventurarme a subir a lo más alto de África….

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